martes, agosto 27, 2013

Declaración Amatoria

- ¿Quieres ser mi novia? - Se lo he dicho de golpeo y de un modo tan precipitado que estoy seguro ella no esperaba. Me mira con cara de no saber que hacer o que decir, abre sus grandes ojos marrones y pestañea varias veces como intentando obtener la mejor respuesta para lo que acababa de decirle. Yo estaba más que nervioso, me temblaba la cara y la voz se me había quebrado casi por completo, tanto que parecía la de una niña miedosa en vez de la de un hombre valiente y enamorado que se atrevió a confesar sus sentimientos esta tarde.

Eeeeessteee, ¿De qué hablas?... ¿de qué se trata todo esto?…… debes estar bromeando…. - me dice ella -  mientras me mira con el asombro aún cubriéndole el rostro, temiendo que se trate de una mala pasada, pues no contaba con que en esta tarde helada, en esta calle ajena y sobretodo de un modo tan intempestivo le brinde una declaración amatoria, no advertida ni planeada por ninguno de los dos.

Te hice una pregunta, y me gustaría saber la respuesta: Sí o No, es lo único que tienes que decir – le digo- intentando mantenerme firme, enamorado secreto y expectante de que sea un sí la respuesta que obtenga.

- ¡No, No quiero!.... ¡No!..... – me responde al fin y sin pensarlo mucho. Pues no me quiere, de hecho no me conoce y yo la verdad es que tampoco la conozco y tampoco la quiero. La verdad es que no sé porque acabé por preguntarle, lo que acababa de preguntarle, sin embargo me siento feliz de que esa fuera su respuesta. Feliz de que sea ese ¡No!, el que me devuelva el alma al cuerpo y me libre de una locura a la cual me había arrojado sin ser consciente y no estando en pleno uso de mis facultades mentales.

El resto del camino no hablamos, todo es silencio, tan sólo caminamos el uno al lado del otro, yo contento, ella pensativa. Ella turbada, yo extrañamente feliz, de que haya sido un ¡No! su respuesta.
De un momento a otro y mientras caminábamos, ella se ha detenido y ha roto el hielo circundante. Abandonó su silencio que hasta ahora me resultaba  tan gratificante, se volteó a verme, me tomó del brazo y pronunció algo que no entiendo ni oigo con exactitud. Entonces yo la quedo viendo, sin entender bien que es lo que me ha dicho y me doy cuenta de que ¡Sí!, verdaderamente ¡Si la quiero!, y que tal vez la conozco más de lo que pensaba, tanto o más de lo que ella me conoce a mí. Luego de esas palabras que no entiendo, ella no dice nada y tan solo me mira expectante. Me mira y nos quedamos muy cerca el uno del otro, ahora soy yo el que se siente confundido, el que se embelesa y se torna pensativo ante esos sus grandes e inspiradores ojos marrones que me envuelven y me pierden en la penumbra que deja el sol al marcharse. Entonces me entristezco y lamento que fuera un no su respuesta. Y me marcho de allí lo más rápido que puedo, con un rojo que ensombrece mi rostro, ignorando que la chica a la que sin querer había terminado queriendo, también me quería, y había terminado por confesármelo esa tarde helada y ajena, con una voz muy baja y con unas palabras que hasta el día, 25 años después, no he logrado entender.

Diego A.

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