martes, junio 19, 2012

Malo


Y entonces termino por aceptar que en el fondo soy un tipo malo, un tanto miserable, algo roñoso, ruin en cierta medida, altamente vengativo y con tendencia a ser ciertamente falso en algunas ocasiones.

Miserable

El hombre me ha extendido la mano – implorándome ayuda pidiéndome algo que comer –, le he volteado la cara y he pasado de largo como fingiendo que no le veía, supuestamente absorto en preocupaciones inexistentes o meramente banales que forman parte de un mundo fallido que invento para justificar mi falta de caridad y amor con el prójimo.
Recuerdo la última vez que compartí algo; era una mujer ya pasada de los sesenta años estaba sentada en una esquina pidiendo limosna, su rostro llevaba impresa la huella de los años y muchos soles irascibles le habían llenado la piel de surcos y manchas negras, una trenza larga hecha con una pita vieja recogía su cabello, vestía polleras, y en sus pies adobados por el lodo de los desagües averiados de las calles  aledañas, un par de llanques bastante gastados, de segunda mano remendados a cincuenta céntimos por don Marcos el zapatero de mirada perdida de las calles Arica y Próceres.
- Una limosnita, por favor para mi comidita – me dijo. Pase de largo, recuerdo, pero los principios que mi madre me inculcó en la infancia me hicieron volver atrás y pensar en ayudar en algo a esta pobre mujer avejentada por los años.

- Te parece si te traigo algo de comer – le dije. A lo que ella respondió que sí.

Fui rápido a la sanguchería de la esquina, esa la de letrero blanco con letras azules, donde atiende la gordita que no se como se llama pero que siempre me guiña el ojo, pedí un pan con pollo, con lo que acabé gastándome los cuatro soles que había ahorrado ese mismo día por la tarde cuando no almorcé en la universidad. Regrese muy rápido, casi corriendo, sintiéndome el tipo más bueno del mundo, un súper héroe de esos que me gustaban de pequeño y que ahora ya no pasan por la tv. Le estiré la mano y se lo alcance para que lo comiera. Esperaba que lo abra y se lo coma de inmediato. Se veía hambrienta había pensado mientras lo compraba. Pero nada eso sucedió; ella solo atinó a decirme – ¡Gracias! –  y seguido guardo el sándwich de pollo entre sus polleras y siguió pidiendo limosna a las demás personas que pasaban, ignorando por completo esta la que sería mi última buena acción con sus congéneres. 
No me quedó más que marcharme de allí y dejarla para que siguiese con lo suyo. Me marche rápidamente sintiendo el alma rota, el corazón endurecido y la promesa de nunca, pero nunca más intentar hacer una buena acción.
Diego A.

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