jueves, enero 27, 2011

Una llamada

Esa mañana me despertó una llamada y horas más tarde cuanto comprendí lo que trajo consigo, me quedé con una extraña sensación, que no me dejó dormir sino hasta 2 días después, cuando exhausto me eché sobre las baldosas agrietadas de una esquina del parque que colindaba con la casa de mis padres. Dormí en el suelo, en medio de la calle, en medio de la nada y por casi más de 8 horas seguidas, sin importarme el qué dirán o las miradas que iban dejándome la gente al pasar, miradas que la mayoría de las veces estaban cargadas de una especie de pena, odio y repugnancia. Tampoco me importaron los perros callejeros que venían y se alejaban esperando el momento preciso para mearme encima; me ardían los ojos recuerdo, y algo más que se supone no debía sangrar me sangraba a borbotones. Me sangraba era el alma.

De haberme preguntado cómo creía que sería el día, supongo que hubiera dicho lo de siempre; que iba a ser un día tranquilo, que iba a hacer lo mismo que el día anterior y que terminaría tanto o más cansado que cuando desperté. Pero en mi interior sabía que esto era imposible; desperté esa mañana más temprano que de costumbre a raíz de una llamada que me dejó con muchas cosas en mente como para preocuparme o reparar en cualquier hecho insignificante.

La llamada se había producido alrededor de las 5 y 55 am. La voz que me hablo era la de una mujer joven, calculo tal vez erróneamente que tendría entre 27 y 33 años, ciertamente no entendí bien que fue lo primero que me dijo, en realidad lo que siguió casi tampoco; en resumen no entendí casi nada de lo que llegó a decirme. Tal vez lo primero que dijo fue su nombre y lo segundo el motivo de su llamada, los cuales no recuerdo debido a que casi nunca recuerdo nada de lo primero que hago, digo o escucho al despertarme. Inicialmente pensé en reclamarle, las 5 y 55 am no es una buena hora para llamar a nadie, menos para llamarme a mí que me energumenizo cuando alguien me corta el sueño de esa manera tan vil y descarada. Pensé en simplemente tirar el auricular y dejar que esa loca de mierda madrugadora hable sola, pero algo en mis entrañas me dijo que me esperase un poco, tal vez eran los frijoles de la noche anterior que aún retumbaban en mi estómago, lo único que pude entender de aquella llamada era acerca de algo referente a un sobre que esa mañana me iba a llegar.
Ni bien terminó la llamada volví a dormirme nuevamente, esta vez no sin antes sacarle la batería al teléfono para que nadie más me volviese a joder el sueño otra vez, al menos no en este día. Cuando desperté daban las 11 y 45, había un sobre sin destinatario al pie de la puerta, y una llamada que no recordaba que me hablaba de su llegada.

Cuando abrí el sobre, todo quedó claro. Al menos para mí, no era culpable de nada ni siquiera del más leve de los cargos que me imputaban. Tenía un buen historial, la conciencia limpia y al verdadero posible asesino en mis manos, pero no podía delatarlo, señalarlo o vincularlo siquiera.
Nunca ha sido mi estilo el acusar a alguien para salir bien librado; así que elegí dormirme en la acera en medio de baldosas rotas, meado por perros y circuncidado por centenares de miradas hipócritas compasivas cargadas de asco, odio y repugnancia. Pero nunca y bajo ninguna circunstancia llegaría a acusar a mi madre.


Diego A.

miércoles, enero 05, 2011

Atentamente Mariela

Me enamoré de Mariela cuando aún era un estudiante; cursaba el quinto año de media, y ella a lo mucho llegaba a tercero. Lo que me gusto de ella en ese entonces fue su cabello negro, su figura delgada, su tez clara, su cara de niña, sus ojos morenos y lo bien que se veía con ese uniforme de joven beata instruida en colegio de monjas nada contemplativas en cuestiones que a la moral refiriesen.

Pasaron 2 años o tal vez algo más para que llegase a conocerla, mientras tanto seguía yo allí; ebrio, febril e incandescente de amor puro por una chica que desconocía por completo mi existencia, y a la que nunca le había escuchado siquiera la voz. Y de la que tan solo tenía la certeza de que vivía unas puertas más allá de la mía.

Corría el año nuevo del 97, y esa noche como las venideras de aquí en adelante salí de casa promediando la 1.30 am. Al encuentro de mi inseparable compañero y gran amigo Bortolomeo, que  esa noche nos había separado la entrada a una fiesta en casa de Grace, la chica con la que venía teniendo ciertos affaires desde hacía algún tiempo atrás  pero que sin embargo le era un tanto esquiva por encontrarse en cierto modo más que enamorada de otro tipo que no era mi buen amigo Bartolomeo a quien tan solo consideraba como alguién buena gente con quien se había besado un par de veces y que era un tanto gracioso cuando de chistes se trataba. 

Recuerdo haber bebido bastante esa noche consolando a mi buen amigo en una esquina, azuzándolo a que emprenda y vaya con todo en busca de su amor no correspondido o más bien correspondido a medias o siquiera al menos de a poquitos. De lo poco que recuerdo de esa noche, pues han pasado 5 o más años a la fecha, es que ya de madrugada, con los primeros rayos de sol dándome en el rostro terminé besando a Mariela, pero no a  Mariela; mi colegiala beatífica de la que estaba enamorado,  sino a Mariela, la hermana de Grace, el amor esquivo de Bartolomeo, a quien acababa de conocer la misma noche un par de horas atrás.


De esa noche en adelante, no supe más de ella, salvo por un mensaje de texto firmado con un Atentamente Mariela, que erróneamente confundí con uno de Mariela, la chica de la cual estaba enamorado, y a la que por esas fechas en uno de esos azares del destino termine conociendo e incluso compartiendo más de una caminata y largas horas conversaciones irrelevantes que nos hacían sentir bien, y con la que tuve que disculparme al poco tiempo de haberla conocido luego de haberle hecho llegar por escrito una efusiva declaración de amor que redacte una madrugada luego de haber recibido un mensaje de texto firmado por una chica que conocí una noche y de la que actualmente no sé nada, pero que casualmente llevaba el mismo nombre que ella.

Diego A.

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