martes, agosto 30, 2011

Déjà vu

De pronto recuerda aquel sueño; un déjà vu que lo deja perplejo y al cual no le presto la debida importancia.  Sobre el cual no caben más conjeturas ni cavilaciones, al menos no a estas alturas que ya nada importa; pues de todos modos su vida está por acabarse y recordar posibles déjà vu’s no le ayudarán a mantenerse con vida, al menos ahora ya no.

Reza una oración en silencio al padre, al cual por cierto nunca le oró salvo en los malos momentos, mientras acepta malamente su culpa e intenta redimirse de una vida calamitosa en un último acto de fe. Pero es tarde y tal vez el padre se encuentre ocupado escuchando algún pedido vano de algún fiel quisquilloso que lo debe haber atosigado con sus múltiples y obsesivas oraciones durante algo más de 1 año.

Su vida ha sido una novela, o más bien un cuento corto entramado de unas 12 o 15 páginas a lo mucho, escrito por algún fatalista o algún orate que no hilvana bien las ideas y que ahora lo deja con un desenlace más que obvio. Recuerda a Borges, es extraño que lo recuerde, pero lo hace. Recuerda aquel cuento del cual perdió el nombre, donde un hombre se da al trabajo de escribir por completo una novela en el preciso momento de su muerte cuando Dios le concede la gracia de detener el tiempo para que cumpla así su último deseo antes de ser fusilado y con una bala a 3 milímetros de perforarle el cráneo, durante 30 años que en realidad son tan solo 0,3 micras de segundo; crea, revisa y corrige una novela profusa y prolija escrita íntegramente en su mente gracias a la benevolencia de un Dios más que piadoso.

De un momento a otro todo se desvanece, se le corta el pensamiento y se queda con tan sólo una pregunta que lo define por completo y a la que nunca podrá otorgarle una respuesta concreta. Se pregunta que ha pasado, pero nadie le responde, ni siquiera él mismo, pues fuera de la pregunta ahora ya no piensa.

Impactó en el suelo a las 3 con 19 de la tarde, un periódico local ubicado a 2 cuadras capto la exclusiva del hecho. El hombre yacía ensangrentado y con el cuello roto, vestía formal; saco, corbata, zapatos lustrosos y reloj de oro. En la mano traía un cuadernillo de unas 12 o 15 páginas que fue clasificado como evidencia reservada a fin de esclarecer los hechos. Un testigo clave que pasaba por la acera de al frente y que pudo ver al hombre recién caído, declaro a los medios que vio al sujeto saltar a voluntad al vacío desde el séptimo piso del edificio.

Esa misma noche y mientras veía en el noticiero local las declaraciones de un transeúnte que aseguraba haber visto al occiso lanzarse a voluntad del último piso del edificio, ella quemo los guantes, se fumó un cigarrillo y luego se fue a dormir como si nada hubiese sucedido.

Diego A.

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