jueves, octubre 21, 2010

El Final de una Historia

De pronto escucha un ruido tan fuerte que le hace sentir como si los tímpanos se le reventaran; todo se torna silencio, silencio y más silencio. El estrépito último ha callado toda intención de ruido a su alrededor, ahora no oye absolutamente nada, a sus ojos se le van esfumando los colores de la vida y  son remplazados por un color oscuro que no es negro ni tampoco gris, a la par que siente como sus otros sentidos van debilitándose lentamente y poco a poco. 

Sabe que ha muerto, o al menos que si aún no lo ha hecho, está haciéndolo lentamente y a plenitud de sus facultades mentales. Sin embargo no se lamenta este hecho y en las milésimas de segundo que aún le quedan de vida, que en realidad le parecen eternas, piensa en todo aquello que a partir de ahora deja atrás; no se lamenta nada de lo que hizo, y a pesar de saber que ha fallado, se alegra de saberse muerto en su ley, tirado en alguna calle baleado por algún desconocido al que él debió de balear primero.

Sabe que esta es su despedida, y no se lamenta de que no haya nadie cerca para escucharle o recoger su cadáver en cuanto este caiga empapado de sangre sobre la acera. Se despide del mundo en silencio paradójicamente sintiéndose vivo por primera vez en mucho tiempo, meditando un adiós inefable al mundo, a la cotidianeidad, a los vivos y sus malas costumbres y sobre todo a los recuerdos nada gratos que cargaba consigo. Ahora ya nada importa; los mensajes de texto, las llamadas por celular, los encuentros furtivos en un hotel de quinta con alguna desconocida, o más bien con una poco conocida. De pronto todo se nubla, el color oscuro que no es gris se vuelve negro y alcanza a ver una hilera de luz que se cuela por en medio de sus ojos bien abiertos, sabe que es la luz del final, esa luz de la que muchas veces oyó hablar y la que nunca creyó que existiese. Lo sabe, porque se lo dijeron. Que una vez llegado allí; lo olvidaría todo, inclusive que su vida tal vez nunca llego a tener un verdadero significado.

De pronto se sobresalta, pierde por completo de vista la luz, siente que todo le da vueltas y un rictus extraño se le dibuja en el rostro, producto de un amargo sabor que le invade la boca; y que se le hace como si fuera una extraña mezcla de hiel y mierda derretida a propósito. Abre grande los ojos y se topa con la pared despintada de la habitación y esta le resulta más aterradora que la oscuridad absoluta o que aquella antigua casa hecha de cartones al borde de la cequia en medio de inyectables, drogadictos y deposiciones. Lanza un escupitajo fuerte hacia el suelo con ganas de perforarlo, con ganas de mandar a todos al mismísimo carajo pues no está en el cielo, tampoco en el infierno; se halla en la habitación de la pensión VIVO, con una resaca de los mil demonios y con deseos de meterse otro cuarto de coca por las narices. Se frota los ojos para despertarse por completo, mientras tanto por dentro se siente un desdichado por no haberse muerto como muchos esperaban. Así que tomó el arma que dejó bajo la almohada sin notar el extraño olor a pólvora en el ambiente, sin notar que esta se había detonado accidentalmente, sin notar que ya no tenía balas y sin notar que de la oreja izquierda le corría sangre.

Seguía aún ebrio y drogado cuando salió de casa con un arma descargada enfundada a la cintura, dispuesto a volarle los sesos a alguien y luego morirse.
  Diego A.

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