martes, julio 23, 2013

Un discurso preliminar

Había llegado la hora de acercarme al estrado y pronunciar el discurso que había escrito esa madrugada y que transcribí del móvil a una hoja en blanco minutos antes de ser anunciado. Era la primera vez que me paraba al frente de ese escenario sintiendo todas las miradas sobre mí. Muchos no me conocían y habían muchos a los que yo tampoco había llegado a conocer. Pero con todos, incluso con los desconocidos; tenía algo en común y esa tarde simplemente quería que lo supieran. 
No tenía miedo, pero si la voz quebrada y el corazón acelerado. Hice un breve silencio mientras acomodaba el micro, los miré fijamente a todos y comencé a decir:

“Estimados compañeros, vengo esta tarde a hablarles de un proceso y de algo que tuvo su inicio hace no mucho tiempo.
Han pasado 4 meses desde aquel momento.  Fue hace 4 meses que cambiamos por completo el rumbo de nuestras vidas; dejamos lejos a la familia, a los amigos y los antiguos trabajos a los que tuvimos que renunciar para involucrarnos plenamente en este proceso llamado “DYPO”.
Ingresar al “DYPO”, era para todos nosotros una gran oportunidad.  Era la oportunidad de poder ser parte de algo trascendente, de aprender a servir correctamente a nuestro país, de adquirir las herramientas necesarias que nos permitirían involucrarnos día a día en esa batalla contra la informalidad, la evasión y el atraso que frenan continuamente el crecimiento y desarrollo de nuestro país.
La primera vez que vi mi nombre en el cuadro de ingreso, el corazón se me disparó a mil y estoy seguro que muchos experimentamos lo mismo. Estábamos llenos de ilusión, emocionados, contentos por haber conseguido una vacante para participar en este proceso, que sabíamos de antemano no iba a hacer nada fácil. Y ciertamente no lo fue.
Dicen que las lecciones más gratificantes, aquellas que nunca olvidas, son las que más te han costado aprender, son aquellas donde eventualmente te has caído, sentiste el suelo, has llorado, pero tan bien has reído y has crecido. Y en nuestro camino hubo un poco de todo esto, muchos tuvimos tropiezos, pero no nos dejamos amedrentar, avanzamos a paso firme, con fe en Dios, en nuestro talento, en nuestra formación y en las matemáticas que nunca fallan, excepto para nuestra selección peruana en lo referente a ir a un mundial.
Y así fue que aprendimos bastante, y conocimos a gente valiosa de todos los rincones del Perú, gente de la que hoy nos separamos culminando una etapa que estoy seguro guardaremos por siempre en nuestras mentes y corazones.
De seguro en algún momento nos encontraremos y tengo la plena convicción de que para entonces al igual que ahora nos sentiremos orgullosos de habernos conocido, de haber tomado esta decisión, de haber estudiado juntos y de poder hacer ahora algo realmente provechoso por el bien de nuestra nación. 
Quiero terminar reiterando mi agradecimiento al "INDYPO" por ese voto de confianza depositado en nosotros, por habernos instruido, por habernos abierto sus puertas, por permitir que conozcamos a sus grandes profesionales y sobre todo por compartir con nosotros esa visión que con esfuerzo hará más grande a nuestro país.
Muchas Gracias.”

Así terminó el discurso, con ese último agradecimiento. Escuché las palmas de los asistentes y a mi corazón volver poco a poco a su ritmo normal. El discurso fue bueno; sé que a unos les gustó y otros simplemente pensaron: que no me conocían, que votarían por su amigo, que tartamudee un poco, que me falto seguridad, que confundí una u otra línea y que había alguien que ya lo había hecho mejor. Y no gané, de hecho nunca pretendí hacerlo, tan sólo quería alzar mi voz, dar batalla, que uno u otro me oiga y que sobretodo tú te sintieras  si era posible; algo orgullosa de mí.

Diego A.

miércoles, julio 10, 2013

De un viaje a casa

Paradero 27, faltan más de 20 cuadras aún para llegar a mi destino. Voy de regreso a casa, una casa donde nadie me espera, salvo las pulgas y los piojos que dejan los gatos callejeros que de vez en cuando merodean por mi techo. Voy en el asiento de atrás del que está reservado y pintado de rojo, no porque quiera, sino porque fue el único que quedó libre luego de media hora de trayecto.

Me hago el que duermo, -nadie te obliga a dar el asiento si duermes-, porque no me gusta cederle el asiento a las viejas que se quejan en voz alta de que hay sólo 2 asientos pintados de rojo en todo el bus, de la juventud que está mala ahora, de lo desconsiderados que son y del fuerte dolor que significa para ellas -y para su no tan avanzada edad- el permanecer de pie lo que les resta de viaje.

Entre abro los ojos y miro a Lima y su puericultorio fantasma casi en el olvido que semeja un cementerio abandonado por los vivos, pero habitado por fantasmas del ayer y árboles que se niegan a morir.
- Apéguese al fondo señorita, carro vacío - le ha dicho el cobrador a una chica que va a mitad del bus, para así poder meter más gente en esta conserva de hombres llamada custer. La joven lo mira, hace un gesto de asco mientras se va más al fondo pensando que el cobrador es un maldito, que no tiene el más mínimo derecho de hablarle así, y que ojalá se muera pronto o al menos que algo malo le pase.

En la esquina siguiente ha subido una mujer; que no es fea, ni tampoco bonita, ni tampoco tan vieja. Carga un bolso negro, una imitación barata de un Gucci que se está descascarando de abajo, saco café y bufanda de cuadros tipo escocesa. Al lado mío va un hombre; lleva un polo viejo, unos jeans desgastados por el uso, la cara sudada y la mirada perdida como si pensara en algo que fuese a cambiarle la vida. La mujer le ha pedido el asiento. El hombre sigue absorto en lo suyo, sus problemas ahora son más grandes que los de la mujer que quiere llegar sentada a casa. Así que no la escucha o finge no hacerlo. La mujer se impacienta, lo toma del polo mientras le dice - ¡Párate, dame el asiento, no ves que soy mujer! - pero él no se inmuta y sólo tiende a retirar de si la mano que ahora lo sujetaba.

- Que te has creído para tocarme ¡Cholo de mieerrda!.- le ha dicho la mujer esta vez más exaltada que antes, gritando como para que todos la escuchen, pero nadie lo hace o nadie quiere hacerlo. Entonces coge al hombre del pelo y lo baja a empujones del bus mientras lo sigue insultando por no valorar su condición de mujer, por no tener tino, ni la delicadeza para tratarla o escucharla como se debe. El hombre que ya está en la pista no sabe que pasa, tan solo que tiene a una mujer que no conoce despotricando en su contra y con todas sus fuerzas.

El hombre ha huido, quiere evitarse problemas y seguir siendo golpeado. Por su parte, la mujer ha subido al bus nuevamente y ha tomado posesión de su asiento mal ganado. Se sienta a mi lado, y yo la veo de reojo limpiarse la frente con un pañuelo sucio sintiéndose victoriosa por haber ganado una batalla sin sentido, por haberse hecho respetar sin que le faltasen el respeto, por haber defendido su causa sin tener claramente alguna y por no permitir que un hombre la pisotee a pesar de que este en ningún momento intentó siquiera hacerlo.

Diego A.

martes, julio 09, 2013

De la primera y segunda vez que te vi

Había pasado una semana de clases, la primera desde que dejé la primaria, y a esas alturas todas mis expectativas respecto a mi nueva etapa escolar se habían esfumado casi por completo. Seguía estudiando en las mismas carpetas compartidas, en el mismo primer piso del colegio y lo que es peor aún en un aula decorada con 7 enanos, bambi, los pitufos y un hada. Nos habían combinado al azar; de las dos secciones que éramos al terminar la primaria ahora ya sumábamos tres con todo y alumnos nuevos. Y conmigo en la “A” sólo quedaban unos 15 conocidos de los 40 que inicialmente fuimos.

Como dije habían pasado una o dos semanas de clase cuando la vi entrar al aula por primera vez.
La maestra la hizo presentarse ante todos; era la niña nueva y estoy seguro que a más de uno le interesaba el saber algo de ella. Venía de un colegio de monjas, tenía 12 años aunque era bastante alta para su edad, recuerdo que en un primer momento pensamos que se trataba de una chica de cuarto o quinto que por ser nueva se equivocó de aula. Tenía el cabello largo ensortijado y un tanto claro, los ojos grandes y marrones, tan grandes, bonitos y brillantes que parecían dos lucecitas de esas que te iluminan de repente cuando te sientes algo perdido. Resumiendo esa niña era linda.

Durante dos años estudié con ella, y fueron años en los que todo era el competir por un veinte. Eso realmente me hacía feliz ya que ganara o perdiera siempre podía contar con ver su sonrisa. En ese entonces no había nada más lindo que verla sonreír y sí que reía mucho, sobre todo cuando ganaba. Pero pasó que un día no la volví a ver más; lo último que recordaba de ella fue que finalizado el segundo año se fue sin despedirse llevando consigo algo más que un cuaderno viejo y mal caligrafiado, que en ese entonces prometió devolver al año siguiente cuando ya no la volví a ver.

El cuaderno llego meses después a mis manos con un recuerdo, su número y un saludo, de manos de no recuerdo quien realmente. Intenté llamarla un par de veces pero nunca contestó, siempre atendía la llamada un señor de voz gruesa que en ese entonces supuse era su padre. Fueron sólo dos las veces que intenté llamarla, fueron sólo dos las veces que la llamé y no hablé, y como no contestó me vi obligado a olvidarla. Pasaron más de cuatro o cinco años para que la vuelva a ver, a partir de esa fecha la veía de vez en cuando, aunque siempre de muy lejos, y así fue como llegué a olvidar su voz, pero no su rostro ni su nombre, menos su sonrisa, pero de seguro tal vez ella ya se había olvidado por completo de mí.

Sin querer, trece años después la he vuelto a ver de repente, he hablado con ella y resulta que si me recordaba; a pesar del tiempo, los nuevos amigos y los caminos diferentes. Ella está tan linda o más de lo que recordaba.  Ya no es más una niña pero sigue conservando aquella sonrisa cálida, la mirada inocente y los ojos grandes hermosos y tiernos.

Hoy por la tarde un “loco” le ha pedido que lo acompañe al baile; la esperó fuera del baño y se puso rojo al decirle que quería que sea su pareja, que había escrito algo lindo para ella y que esperaría unos días por su respuesta, que quería que lo piense, que no lo mal interprete, pero que sobre todo no se sienta presionada. Cuando ella me contó esto, le pedí de favor y por su propio bienestar que no aceptara bajo ninguna circunstancia; que le diga a ese “loco” que otro loco ya se lo había pedido primero y por tratarse de un loco conocido ya había aceptado.

Nadie había dicho que debíamos de llegar con una pareja al baile. De ser así ya se lo hubiera pedido pues no había nadie más con quien quisiese ir, aunque no sé si de verdad ella querría ir conmigo o simplemente fue la respuesta más rápida para deshacerse de aquel “loco” que se había enamorado de ella.

Diego A.

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