Había pasado una semana de clases,
la primera desde que dejé la primaria, y a esas alturas todas mis expectativas
respecto a mi nueva etapa escolar se habían esfumado casi por completo. Seguía
estudiando en las mismas carpetas compartidas, en el mismo primer piso del
colegio y lo que es peor aún en un aula decorada con 7 enanos, bambi, los
pitufos y un hada. Nos habían combinado al azar; de las dos secciones
que éramos al terminar la primaria ahora ya sumábamos tres con todo y alumnos
nuevos. Y conmigo en la “A” sólo quedaban unos 15 conocidos de los 40 que
inicialmente fuimos.
Como dije habían pasado una o dos
semanas de clase cuando la vi entrar al aula por primera vez.
La maestra la hizo presentarse ante todos; era la niña nueva y estoy seguro que
a más de uno le interesaba el saber algo de ella. Venía de un colegio de monjas,
tenía 12 años aunque era bastante alta para su edad, recuerdo que en un primer
momento pensamos que se trataba de una chica de cuarto o quinto que por ser
nueva se equivocó de aula. Tenía el cabello largo ensortijado y un tanto claro,
los ojos grandes y marrones, tan grandes, bonitos y brillantes que parecían dos
lucecitas de esas que te iluminan de repente cuando te sientes algo perdido. Resumiendo
esa niña era linda.
Durante dos años estudié con ella,
y fueron años en los que todo era el competir por un veinte. Eso realmente me
hacía feliz ya que ganara o perdiera siempre podía contar con ver su sonrisa. En
ese entonces no había nada más lindo que verla sonreír y sí que reía mucho,
sobre todo cuando ganaba. Pero pasó que un día no la volví a ver más; lo último
que recordaba de ella fue que finalizado el segundo año se fue sin despedirse llevando
consigo algo más que un cuaderno viejo y mal caligrafiado, que en ese entonces prometió
devolver al año siguiente cuando ya no la volví a ver.
El cuaderno llego meses después a
mis manos con un recuerdo, su número y un saludo, de manos de no recuerdo quien
realmente. Intenté llamarla un par de veces pero nunca contestó, siempre atendía
la llamada un señor de voz gruesa que en ese entonces supuse era su padre.
Fueron sólo dos las veces que intenté llamarla, fueron sólo dos las veces que
la llamé y no hablé, y como no contestó me vi obligado a olvidarla. Pasaron más
de cuatro o cinco años para que la vuelva a ver, a partir de esa fecha la veía de
vez en cuando, aunque siempre de muy lejos, y así fue como llegué a olvidar su
voz, pero no su rostro ni su nombre, menos su sonrisa, pero de seguro tal vez
ella ya se había olvidado por completo de mí.
Sin querer, trece años después la
he vuelto a ver de repente, he hablado con ella y resulta que si me recordaba;
a pesar del tiempo, los nuevos amigos y los caminos diferentes. Ella está tan
linda o más de lo que recordaba. Ya no
es más una niña pero sigue conservando aquella sonrisa cálida, la mirada
inocente y los ojos grandes hermosos y tiernos.
Hoy por la tarde un “loco” le ha
pedido que lo acompañe al baile; la esperó fuera del baño y se puso rojo al
decirle que quería que sea su pareja, que había escrito algo lindo para ella y
que esperaría unos días por su respuesta, que quería que lo piense, que no lo
mal interprete, pero que sobre todo no se sienta presionada. Cuando ella me contó
esto, le pedí de favor y por su propio bienestar que no aceptara bajo ninguna
circunstancia; que le diga a ese “loco” que otro loco ya se lo había pedido
primero y por tratarse de un loco conocido ya había aceptado.
Nadie había
dicho que debíamos de llegar con una pareja al baile. De ser así ya se lo
hubiera pedido pues no había nadie más con quien quisiese ir, aunque no sé si de
verdad ella querría ir conmigo o simplemente fue la respuesta más rápida para
deshacerse de aquel “loco” que se había enamorado de ella.
Diego A.
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