miércoles, julio 10, 2013

De un viaje a casa

Paradero 27, faltan más de 20 cuadras aún para llegar a mi destino. Voy de regreso a casa, una casa donde nadie me espera, salvo las pulgas y los piojos que dejan los gatos callejeros que de vez en cuando merodean por mi techo. Voy en el asiento de atrás del que está reservado y pintado de rojo, no porque quiera, sino porque fue el único que quedó libre luego de media hora de trayecto.

Me hago el que duermo, -nadie te obliga a dar el asiento si duermes-, porque no me gusta cederle el asiento a las viejas que se quejan en voz alta de que hay sólo 2 asientos pintados de rojo en todo el bus, de la juventud que está mala ahora, de lo desconsiderados que son y del fuerte dolor que significa para ellas -y para su no tan avanzada edad- el permanecer de pie lo que les resta de viaje.

Entre abro los ojos y miro a Lima y su puericultorio fantasma casi en el olvido que semeja un cementerio abandonado por los vivos, pero habitado por fantasmas del ayer y árboles que se niegan a morir.
- Apéguese al fondo señorita, carro vacío - le ha dicho el cobrador a una chica que va a mitad del bus, para así poder meter más gente en esta conserva de hombres llamada custer. La joven lo mira, hace un gesto de asco mientras se va más al fondo pensando que el cobrador es un maldito, que no tiene el más mínimo derecho de hablarle así, y que ojalá se muera pronto o al menos que algo malo le pase.

En la esquina siguiente ha subido una mujer; que no es fea, ni tampoco bonita, ni tampoco tan vieja. Carga un bolso negro, una imitación barata de un Gucci que se está descascarando de abajo, saco café y bufanda de cuadros tipo escocesa. Al lado mío va un hombre; lleva un polo viejo, unos jeans desgastados por el uso, la cara sudada y la mirada perdida como si pensara en algo que fuese a cambiarle la vida. La mujer le ha pedido el asiento. El hombre sigue absorto en lo suyo, sus problemas ahora son más grandes que los de la mujer que quiere llegar sentada a casa. Así que no la escucha o finge no hacerlo. La mujer se impacienta, lo toma del polo mientras le dice - ¡Párate, dame el asiento, no ves que soy mujer! - pero él no se inmuta y sólo tiende a retirar de si la mano que ahora lo sujetaba.

- Que te has creído para tocarme ¡Cholo de mieerrda!.- le ha dicho la mujer esta vez más exaltada que antes, gritando como para que todos la escuchen, pero nadie lo hace o nadie quiere hacerlo. Entonces coge al hombre del pelo y lo baja a empujones del bus mientras lo sigue insultando por no valorar su condición de mujer, por no tener tino, ni la delicadeza para tratarla o escucharla como se debe. El hombre que ya está en la pista no sabe que pasa, tan solo que tiene a una mujer que no conoce despotricando en su contra y con todas sus fuerzas.

El hombre ha huido, quiere evitarse problemas y seguir siendo golpeado. Por su parte, la mujer ha subido al bus nuevamente y ha tomado posesión de su asiento mal ganado. Se sienta a mi lado, y yo la veo de reojo limpiarse la frente con un pañuelo sucio sintiéndose victoriosa por haber ganado una batalla sin sentido, por haberse hecho respetar sin que le faltasen el respeto, por haber defendido su causa sin tener claramente alguna y por no permitir que un hombre la pisotee a pesar de que este en ningún momento intentó siquiera hacerlo.

Diego A.

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