miércoles, julio 21, 2010

La casa de las muñecas

Las cortinas habían sido corridas, no sé si a propósito o de un modo involuntario; tras ellas pudo apreciar a las muñecas dispuestas cada una sobre una silla, formando una especie de medialuna que apuntaba a un televisor apagado sobre el cual se disponían flameantes y sin especificidad alguna 2 o 3 velas blancas comunes. Al parecer no había nadie más en esa casa donde caprichosamente un grupo de muñecas se había sentado a contemplar el consumir de la flama de unas velas que sin motivo aparente yacían sobre un televisor apagado.

– Una casa de muñecas – se dijo a si mismo. La sola reflexión de lo que acaban de ver sus ojos le causó estupor y espanto. No se trataba de una de esas películas que tanto le gustaba ver. Era la vida real, y era la primera vez que la veía tétrica, poblada de mentes desquiciadas y asesinos seriales que contemplan a lo lejos a un grupo de muñecas sentadas sobre unas sillas con solo Dios sabe que malsanas intenciones. Se preguntó acerca de la identidad del extraño y desquiciado ser que recreó esa noche aquel ambiente lúgubre y fatalista donde los elementos engranaban entre sí; la noche negra y fría, las muñecas, las sillas y las velas que se consumen en un modo análogo a como se extinguen las ilusiones o peor aún la vida misma. No pudo más con todo eso, era demasiado para él, quería dejar de pensar, pero sobretodo quería dejar de ver. Le gustaba ver escenas como estas en las películas, pero en definitiva le aterraba la posibilidad de verlas en la vida real y sin la protección de lo ficticio e imaginario; así que corrió tan rápido como le fue posible. Si había algún demente o desquiciado en esa casa no quería de ninguna manera toparse con él o que él le viese, se sabía incapaz de resistir, así que corrió tan rápido y lo más lejos que pudo.

De pronto las luces se encendieron opacando la imprecisa luminosidad que brindaban las velas. Seguido un hombre treintañero con una temerosa y pequeña niña hicieron su entrada.
– Vez como ya todo está bien, ahora puedes continuar amor – le dijo el hombre treintañero a la pequeña niña que traía de la mano. Encendió las demás luces que faltaban, apagó las velas, limpió la cera derramada sobre el televisor y arrojó un par de fusibles viejos y quemados hacia la calle, para luego sentarse en el otro extremo de la sala contemplando como su pequeña hija de 4 años daba una conferencia magistral a un distinguido panel de muñecas dispuesto en media luna, que se habían reunido esa noche para escuchar la entrecortada exposición de una experta que les diría cómo verse siempre bonitas.

Diego A.

1 comentario:

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