lunes, octubre 09, 2023

Sonrisa

No quiere volver a mí, la perdí - refiere - . Nunca fue mía, solo me permitió conocer que se siente ser de verdad feliz y eso es lo peor, eso es lo que duele. Duele buscarla en un esbozo, en un gesto y solo encontrar su ausencia. Sonrisa se fue y ya no volveré a hacerme feliz - me dijo - .

¿Pero qué es ser feliz?, para mi sin dudas ser feliz es ella. Grande, marfil e inquebrantable, con sus comisuras exaltadas y su voz repetitiva muy sutil y a veces estridente.

Sonrisa, ¿Sabes que sin ti no soy feliz? Sin tu canto apagado mi corazón no late igual, late incompleto, como extraído de una realidad diáfana y se torna solitario a pesar de la compañía.

Perdóname sonrisa, por no valorar tu compañía, pero, sobre todo, perdóname por no ser solo uno para ti, por no elegir reír el día completo contigo cuando tu estabas dispuesta a reir por mí.

Fueron tantos los días felices, que se me olvidó que reíamos en medio de burbujas etéreas. Pero eso se acaba, las burbujas se rompen y humedecen el suelo sobre el cual flotaron. Hoy solo quiero que esto pase, y que nos conjuguemos en una nueva carcajada, de esas escandalosas que todos voltean a ver pues no conciben su estruendo, de esas que dejan huella y se mantienen sostenidas a lo largo del tiempo, sin importar el mañana o que el sol nos queme la piel.

lunes, enero 13, 2014

Ella y El

Ella se ha ido a dormir y en su cabeza se ciernen un millón de dudas al respecto de la conversación que acababa de tener. El por su parte prefiere sumergirse en un escrito sin sentido y de media noche empapado con frases rebuscadas intenta aclarar su mente o llegar a obscurecerla aún más.

Ha comenzado recordando las viejas historias y mientras las transcribe; recuerda una faz lejana, le vienen a la mente muchos rostros; unos amigos, brillantes, acogedores y otros cuantos un tanto opacos, solapados como maquinando tal vez algún anónimo plan con repercusiones negativas para el ser que escribe.

Un tiempo lejano también lo acompaña, mientras repara en que hacía ya bastante tiempo que no reparaba en todo esto; lo ve tan lejanos a sus ojos que le parece no haberlo vivido alguna vez como en realidad lo fue, sino más bien lo percibe como un recuerdo impostado que forma parte de algún capítulo o breve fragmento de una novela u otro cuento que alguna vez leyó o creyó escribir.

Ella vuelve a tenerlo en los pensamientos mientras se recuesta en cama y cierra los ojos, aunque no preciso de qué forma es que éste logra conjugarse con sus pensamientos; sé que lo hace. Se mantiene unido a ellos, atado como en una conjugación onírica que resplandece bajo un hado impredecible. Lo único cierto es que de algún u otro modo él acaba por estar presente y robándole en una minúscula parte, por lo menos, un trozo de su ser.

Son muchas las interrogantes que se ciernen en su cabeza, las cuales no estoy en facultad de revelar, pues son íntimas y ocultas incluso para ella misma. Piensa en la conversación que ha quedado pendiente con fecha, lugar y hora fijada; y mientras une los cabos que le quedaron sueltos esta noche preclara sus dudas se acrecientan y ensombrecen su mente. Está por hallar las respuestas que tanto le inquietaban y a los que en cierto grado les tiene un algo de recelo y de temor. Teme al que dirán y a lo que va suceder de esa fecha en adelante.

A él, por su parte lo embarga una dosis similar de desconcierto insospechado, pero muy a pesar suyo y conocedor de lo difícil que será esto, está dispuesto a asumir las consecuencias de los hechos, al punto de tragarse una parte del mundo si esto fuera necesario; por difícil que parezca esto, está dispuesto a hacerlo. Y se lo repite a sí mismo en un claro intento de reafirmar aún más su decisión y mermar el miedo que también crece a cada instante dentro de su ser.

El tiempo discurre y ahora la divisa a lo lejos. Se aproxima no con lentitud, sino más bien con una rapidez que le acelera aun más el corazón; el verla allí a lo lejos parada esperándolo lo vuelve discorde y vulnerable. Avanza unos pasos más y ahora la tiene en frente, la mira con una ternura infinita, pues a pesar de haber llegado tarde a esta posible última cita, ella lo ha esperado paciente y linda con esa gran sonrisa que a él tanto le gusta, y al parecer sin la más mínima intención de urdir el menor reclamo ante aquel hecho tan devastador; el haber llegado tarde.

Ambos se miraron fijamente, él le toma con la mano izquierda el rostro y un beso acaba por unirlos aquella tarde, que inició como la última y terminó por convertirse en la primera.

Diego A.
18/01/09

domingo, diciembre 08, 2013

De un adios en una mañana cansada

De un adiós

Hoy nos despedimos por última vez. Sé que no te volveré a ver, te marchas y aunque no quiera trato de aceptarlo y parecer resignado. Pero lo cierto es que no me resigno, no me resigno a perderte, ni mucho menos a olvidarme de ti.
 
Son ya tres días los que han pasado y no te veo, días que parecen infinitos y completamente ajenos a tu risa de niña, a tu tímida voz que me hablaba al oído, a tu mirada desnuda quemándome la piel. Y siento que no puedo, quiero acabar con todo, parar el tiempo, volver atrás, quedarme junto a ti de nuevo, tomar tu mano y ver como sonríes.
Pero no puedo, el tiempo pasó y tú y yo ya somos otros. Nos conocemos de ayer, pero ya es ahora, y en este ahora somos casi dos completos extraños. Sé que fui cobarde, que no hice nada y que tal vez esperabas que lo hiciera, pero ya nada de lo que haga cambiará lo que dejé de hacer ayer.

Y me pregunto si es que así debió de ser siempre; debí volverte a ver para nuevamente dejarte partir, debí quedarme callado mirando nuevamente cómo te esfumas a lo lejos, como tu sonrisa se la lleva el viento y como tu ser se borra de mi mente otra vez aunque yo no quiera.


En una mañana cansada

Me enamoré de ti en una mañana cansada, una mañana de esas en las que los párpados te pesan y mueres por ir a la cama, olvidar todo y no despertar hasta mañana.
Me enamoré de ti en una mañana cansada, cuando esos, tus ojos brillantes, me miraron y pude ver después de mucho que el que las cosas vayan bien no bastaba. Entonces empecé a vivir por ti, por tu sonrisa frágil, por tus manos siempre frías, por tu pelo a veces revuelto, por tus cálidas y sonrojadas mejillas, por tu alma inocente y por tu dulce mirada.
Me enamoré de ti en una mañana cansada, cuando te encontré de repente y reparé en que siempre tuve miedo al mirarte, miedo de enamorarme de esos tus ojos grandes que no son verdes ni negros pero que aun así me encantan.
Me enamoré de ti en una mañana cansada, sabiendo que dejaría de verte, que no debía de haberme enamorado, que había otra persona que me amaba y que tú tal vez ya amabas a alguien más.

Diego A.

miércoles, diciembre 04, 2013

Palabras que te dejé de decir

Es de noche, y debo confesar que siento los ojos cada vez más pesados, pero hay algo me detiene y me obliga a volver, esos mis ojos cansados hacia tu frágil y cautivante figura que se proyecta tenue en mi mente, pero poderosamente en mi alma.

Una palabra que quedó a medias o que tan solo fue cambiada por alguna con menor trascendencia, eso fue lo que dijo mi alma la última vez que te vio partir. La última palabra, esa que pronuncié, ya se ha ido, el viento se la llevo, pero quedaron tantas cosas a la deriva, flotando como dulces sueños no soñados o sucesiones no sucedidas, que me hablan de lo que ayer dejé de decirte.

Quiero, aunque sea tarde, que sepas, que las palabras que no dije son: Te amo, lo siento, se feliz.
Diego A.

domingo, septiembre 08, 2013

Un regalo de cumpleaños

Tengo media hora de cumpleaños encima y se me hace que me estoy haciendo grande sin darme cuenta.

Septiembre 28/1987
Tengo frio, pero hay nieve alrededor, y yo solo quiero jugar a que hago bolas de nieve y se las tiro a mi hermano que se esconde tras su fortín edificado de cajas de cartón y otros enseres que tomó de la cochera que en realidad de cochera sólo tiene el nombre, pues mis padres la usan como almacén de cosas viejas y un tanto inútiles, pero que para nosotros es un magnífico lugar donde encontramos cosas tan grandiosas e inimaginables que usamos para divertirnos casi a diario.

Joe responde mis ataques con la misma o tal vez con un tanto más de fiereza y exactitud que yo, esto debe ser debido a la experiencia y derecho que le da el hecho de ser 2 años mayor que yo, y haber vivido lo suficiente, como para hacer que una de estas bolas de nieve se estrellen en mi rostro de un modo un tanto agresivo pero a la vez muy sutil, mientras suelta una carcajada de esas que dan risa, y yo me río junto a él en vez de llorar. Y me siento feliz de haber sido golpeado por la bola de nieve que lanzó aquel niño que es mi hermano 2 años mayor que yo.

- Venga hombre, que, vamos a cenar, mamá está que nos llama, mira que solo nos queda un llamado antes de que nos envíe la invitación por escrito, y ya sabes cómo se pone – me grita Joe desde su fortín que colinda con la puerta de la cocina, desde donde ha escuchado perfectamente a mamá un tanto enfurecida porque llevamos buen rato aquí afuera. Ella ya tiene la mesa puesta y a estas alturas la comida un tanto fría también. Voy deprisa corriendo donde él, alarga el brazo, lo pasa por mi cuello y así nos adentramos a casa, como dos camaradas orgullosos sobrevivientes de una guerra que nos dejó por saldo las narices frías.

- Mamá, perdónanos, nos hemos tardado más de la cuenta, es que estuvo divertidísimo todo allá a fuera – le digo.
Ella no dice nada, tan solo me mira fijamente con su cara de seria, y yo siento que un puchero se forma en mi rostro de pena, de verla así tan seria y enojada conmigo. Pero de un momento a otro suelta una risa sutil, le cambia el gesto en el rostro mientras profiere un – Te engañe!!, caíste, no estoy enojada contigo. La próxima tan solo no tarden tanto. Si. Estamos. – asiento con la cabeza gacha. Me toma entre sus brazos, me eleva muy alto y me abraza fuerte mientras me dice que me ama. Yo por dentro y aunque no se lo digo sé que la amo mucho también.

Mañana es tu cumpleaños, ¿Qué quieres que te regale mi amor? – me dice mientras congela una gran sonrisa y se le dibuja en el rostro un gran gesto de curiosidad.
No lo tengo que pensar mucho, pues de hecho me pase toda esta última semana pensando en que querría como regalo para este; mi cumpleaños número cinco.
Le digo que quiero crecer tanto como Joe, si se puede unos centímetros más que él y ganarle una que otra vez en nuestras tan apasionantes guerritas de nieve.

Escrito el 28/09/09
Diego A.

martes, agosto 27, 2013

Declaración Amatoria

- ¿Quieres ser mi novia? - Se lo he dicho de golpeo y de un modo tan precipitado que estoy seguro ella no esperaba. Me mira con cara de no saber que hacer o que decir, abre sus grandes ojos marrones y pestañea varias veces como intentando obtener la mejor respuesta para lo que acababa de decirle. Yo estaba más que nervioso, me temblaba la cara y la voz se me había quebrado casi por completo, tanto que parecía la de una niña miedosa en vez de la de un hombre valiente y enamorado que se atrevió a confesar sus sentimientos esta tarde.

Eeeeessteee, ¿De qué hablas?... ¿de qué se trata todo esto?…… debes estar bromeando…. - me dice ella -  mientras me mira con el asombro aún cubriéndole el rostro, temiendo que se trate de una mala pasada, pues no contaba con que en esta tarde helada, en esta calle ajena y sobretodo de un modo tan intempestivo le brinde una declaración amatoria, no advertida ni planeada por ninguno de los dos.

Te hice una pregunta, y me gustaría saber la respuesta: Sí o No, es lo único que tienes que decir – le digo- intentando mantenerme firme, enamorado secreto y expectante de que sea un sí la respuesta que obtenga.

- ¡No, No quiero!.... ¡No!..... – me responde al fin y sin pensarlo mucho. Pues no me quiere, de hecho no me conoce y yo la verdad es que tampoco la conozco y tampoco la quiero. La verdad es que no sé porque acabé por preguntarle, lo que acababa de preguntarle, sin embargo me siento feliz de que esa fuera su respuesta. Feliz de que sea ese ¡No!, el que me devuelva el alma al cuerpo y me libre de una locura a la cual me había arrojado sin ser consciente y no estando en pleno uso de mis facultades mentales.

El resto del camino no hablamos, todo es silencio, tan sólo caminamos el uno al lado del otro, yo contento, ella pensativa. Ella turbada, yo extrañamente feliz, de que haya sido un ¡No! su respuesta.
De un momento a otro y mientras caminábamos, ella se ha detenido y ha roto el hielo circundante. Abandonó su silencio que hasta ahora me resultaba  tan gratificante, se volteó a verme, me tomó del brazo y pronunció algo que no entiendo ni oigo con exactitud. Entonces yo la quedo viendo, sin entender bien que es lo que me ha dicho y me doy cuenta de que ¡Sí!, verdaderamente ¡Si la quiero!, y que tal vez la conozco más de lo que pensaba, tanto o más de lo que ella me conoce a mí. Luego de esas palabras que no entiendo, ella no dice nada y tan solo me mira expectante. Me mira y nos quedamos muy cerca el uno del otro, ahora soy yo el que se siente confundido, el que se embelesa y se torna pensativo ante esos sus grandes e inspiradores ojos marrones que me envuelven y me pierden en la penumbra que deja el sol al marcharse. Entonces me entristezco y lamento que fuera un no su respuesta. Y me marcho de allí lo más rápido que puedo, con un rojo que ensombrece mi rostro, ignorando que la chica a la que sin querer había terminado queriendo, también me quería, y había terminado por confesármelo esa tarde helada y ajena, con una voz muy baja y con unas palabras que hasta el día, 25 años después, no he logrado entender.

Diego A.

Las Señales, la gente y el destino


Baje del vehículo y pensé un poco sobre que era lo siguiente que debía hacer. Seguido contemplé la escena que se dibujaba frente a mis ojos y me deje llevar. Deje que mis piernas anden por si solas y me lleven al que era mi destino fijado para aquella tarde. Cuando menos lo imagine ya lo tenía al frente, el destino se había parado en mi delante y me miraba con ojos vidriosos reflejando el sol y apuntándomelo a la cara, sin embargo a pesar de tenerlo en frente, yo no sabía. No sabía que más hacer, que más decir, donde mirar, ni mucho menos que camino elegir.

Decidí dejarme llevar nuevamente y empezar recorriendo los caminos ya recorridos, comencé a avanzar entre gente con la que ya me había topado algunas veces, pero que hoy no me recordaba y la que verdaderamente yo tampoco acababa por recordar, al menos no del todo. Sin embargo, ellos, hoy se convertían en un medio hacia la expiación de mis propias culpas; ninguno dijo nada, ni siquiera emitieron una murmullo o una sola palabra que me guíe por el camino que venía siguiendo. Simplemente enmudecieron casi por completo, pasaron de largo delante de mí, como si yo no les importase. Total cada uno tiene un rumbo particular y muy diferente y debemos aprender a convivir entre gente que no siempre termina por querernos. 

Confieso que hubieron instantes en los que me sentí perdido, agobiado, hasta nació en mí la necesidad de suplicar por una palabra de aliento o un consejo amigo, pero nada de esto sucedió, entonces, acabe también por continuar mi camino en silencio respetando de este modo, la falta de sonoridad impuesta por los entes que hoy me acompañaban. Así continué, caminando sólo entre mucha gente por largo rato, hasta que de un momento a otro me hallé de pie frente a un altar, con todos los sueños apareciendo frente a mi copa. Fue entonces que me di cuenta que las figuras blancas ya no estaban más y que yo de algún modo u otro, penitente y en silencio había sido guiado por las señales dispersas que no siempre vemos, pero que a fin de cuentas siempre nos bendicen.
Me sentí afortunado, respire profundamente y expulsé hasta la última bocanada de aire negro que contuve en los pulmones durante todo este, el que fue mi camino.

Diego A.

martes, julio 23, 2013

Un discurso preliminar

Había llegado la hora de acercarme al estrado y pronunciar el discurso que había escrito esa madrugada y que transcribí del móvil a una hoja en blanco minutos antes de ser anunciado. Era la primera vez que me paraba al frente de ese escenario sintiendo todas las miradas sobre mí. Muchos no me conocían y habían muchos a los que yo tampoco había llegado a conocer. Pero con todos, incluso con los desconocidos; tenía algo en común y esa tarde simplemente quería que lo supieran. 
No tenía miedo, pero si la voz quebrada y el corazón acelerado. Hice un breve silencio mientras acomodaba el micro, los miré fijamente a todos y comencé a decir:

“Estimados compañeros, vengo esta tarde a hablarles de un proceso y de algo que tuvo su inicio hace no mucho tiempo.
Han pasado 4 meses desde aquel momento.  Fue hace 4 meses que cambiamos por completo el rumbo de nuestras vidas; dejamos lejos a la familia, a los amigos y los antiguos trabajos a los que tuvimos que renunciar para involucrarnos plenamente en este proceso llamado “DYPO”.
Ingresar al “DYPO”, era para todos nosotros una gran oportunidad.  Era la oportunidad de poder ser parte de algo trascendente, de aprender a servir correctamente a nuestro país, de adquirir las herramientas necesarias que nos permitirían involucrarnos día a día en esa batalla contra la informalidad, la evasión y el atraso que frenan continuamente el crecimiento y desarrollo de nuestro país.
La primera vez que vi mi nombre en el cuadro de ingreso, el corazón se me disparó a mil y estoy seguro que muchos experimentamos lo mismo. Estábamos llenos de ilusión, emocionados, contentos por haber conseguido una vacante para participar en este proceso, que sabíamos de antemano no iba a hacer nada fácil. Y ciertamente no lo fue.
Dicen que las lecciones más gratificantes, aquellas que nunca olvidas, son las que más te han costado aprender, son aquellas donde eventualmente te has caído, sentiste el suelo, has llorado, pero tan bien has reído y has crecido. Y en nuestro camino hubo un poco de todo esto, muchos tuvimos tropiezos, pero no nos dejamos amedrentar, avanzamos a paso firme, con fe en Dios, en nuestro talento, en nuestra formación y en las matemáticas que nunca fallan, excepto para nuestra selección peruana en lo referente a ir a un mundial.
Y así fue que aprendimos bastante, y conocimos a gente valiosa de todos los rincones del Perú, gente de la que hoy nos separamos culminando una etapa que estoy seguro guardaremos por siempre en nuestras mentes y corazones.
De seguro en algún momento nos encontraremos y tengo la plena convicción de que para entonces al igual que ahora nos sentiremos orgullosos de habernos conocido, de haber tomado esta decisión, de haber estudiado juntos y de poder hacer ahora algo realmente provechoso por el bien de nuestra nación. 
Quiero terminar reiterando mi agradecimiento al "INDYPO" por ese voto de confianza depositado en nosotros, por habernos instruido, por habernos abierto sus puertas, por permitir que conozcamos a sus grandes profesionales y sobre todo por compartir con nosotros esa visión que con esfuerzo hará más grande a nuestro país.
Muchas Gracias.”

Así terminó el discurso, con ese último agradecimiento. Escuché las palmas de los asistentes y a mi corazón volver poco a poco a su ritmo normal. El discurso fue bueno; sé que a unos les gustó y otros simplemente pensaron: que no me conocían, que votarían por su amigo, que tartamudee un poco, que me falto seguridad, que confundí una u otra línea y que había alguien que ya lo había hecho mejor. Y no gané, de hecho nunca pretendí hacerlo, tan sólo quería alzar mi voz, dar batalla, que uno u otro me oiga y que sobretodo tú te sintieras  si era posible; algo orgullosa de mí.

Diego A.

miércoles, julio 10, 2013

De un viaje a casa

Paradero 27, faltan más de 20 cuadras aún para llegar a mi destino. Voy de regreso a casa, una casa donde nadie me espera, salvo las pulgas y los piojos que dejan los gatos callejeros que de vez en cuando merodean por mi techo. Voy en el asiento de atrás del que está reservado y pintado de rojo, no porque quiera, sino porque fue el único que quedó libre luego de media hora de trayecto.

Me hago el que duermo, -nadie te obliga a dar el asiento si duermes-, porque no me gusta cederle el asiento a las viejas que se quejan en voz alta de que hay sólo 2 asientos pintados de rojo en todo el bus, de la juventud que está mala ahora, de lo desconsiderados que son y del fuerte dolor que significa para ellas -y para su no tan avanzada edad- el permanecer de pie lo que les resta de viaje.

Entre abro los ojos y miro a Lima y su puericultorio fantasma casi en el olvido que semeja un cementerio abandonado por los vivos, pero habitado por fantasmas del ayer y árboles que se niegan a morir.
- Apéguese al fondo señorita, carro vacío - le ha dicho el cobrador a una chica que va a mitad del bus, para así poder meter más gente en esta conserva de hombres llamada custer. La joven lo mira, hace un gesto de asco mientras se va más al fondo pensando que el cobrador es un maldito, que no tiene el más mínimo derecho de hablarle así, y que ojalá se muera pronto o al menos que algo malo le pase.

En la esquina siguiente ha subido una mujer; que no es fea, ni tampoco bonita, ni tampoco tan vieja. Carga un bolso negro, una imitación barata de un Gucci que se está descascarando de abajo, saco café y bufanda de cuadros tipo escocesa. Al lado mío va un hombre; lleva un polo viejo, unos jeans desgastados por el uso, la cara sudada y la mirada perdida como si pensara en algo que fuese a cambiarle la vida. La mujer le ha pedido el asiento. El hombre sigue absorto en lo suyo, sus problemas ahora son más grandes que los de la mujer que quiere llegar sentada a casa. Así que no la escucha o finge no hacerlo. La mujer se impacienta, lo toma del polo mientras le dice - ¡Párate, dame el asiento, no ves que soy mujer! - pero él no se inmuta y sólo tiende a retirar de si la mano que ahora lo sujetaba.

- Que te has creído para tocarme ¡Cholo de mieerrda!.- le ha dicho la mujer esta vez más exaltada que antes, gritando como para que todos la escuchen, pero nadie lo hace o nadie quiere hacerlo. Entonces coge al hombre del pelo y lo baja a empujones del bus mientras lo sigue insultando por no valorar su condición de mujer, por no tener tino, ni la delicadeza para tratarla o escucharla como se debe. El hombre que ya está en la pista no sabe que pasa, tan solo que tiene a una mujer que no conoce despotricando en su contra y con todas sus fuerzas.

El hombre ha huido, quiere evitarse problemas y seguir siendo golpeado. Por su parte, la mujer ha subido al bus nuevamente y ha tomado posesión de su asiento mal ganado. Se sienta a mi lado, y yo la veo de reojo limpiarse la frente con un pañuelo sucio sintiéndose victoriosa por haber ganado una batalla sin sentido, por haberse hecho respetar sin que le faltasen el respeto, por haber defendido su causa sin tener claramente alguna y por no permitir que un hombre la pisotee a pesar de que este en ningún momento intentó siquiera hacerlo.

Diego A.

martes, julio 09, 2013

De la primera y segunda vez que te vi

Había pasado una semana de clases, la primera desde que dejé la primaria, y a esas alturas todas mis expectativas respecto a mi nueva etapa escolar se habían esfumado casi por completo. Seguía estudiando en las mismas carpetas compartidas, en el mismo primer piso del colegio y lo que es peor aún en un aula decorada con 7 enanos, bambi, los pitufos y un hada. Nos habían combinado al azar; de las dos secciones que éramos al terminar la primaria ahora ya sumábamos tres con todo y alumnos nuevos. Y conmigo en la “A” sólo quedaban unos 15 conocidos de los 40 que inicialmente fuimos.

Como dije habían pasado una o dos semanas de clase cuando la vi entrar al aula por primera vez.
La maestra la hizo presentarse ante todos; era la niña nueva y estoy seguro que a más de uno le interesaba el saber algo de ella. Venía de un colegio de monjas, tenía 12 años aunque era bastante alta para su edad, recuerdo que en un primer momento pensamos que se trataba de una chica de cuarto o quinto que por ser nueva se equivocó de aula. Tenía el cabello largo ensortijado y un tanto claro, los ojos grandes y marrones, tan grandes, bonitos y brillantes que parecían dos lucecitas de esas que te iluminan de repente cuando te sientes algo perdido. Resumiendo esa niña era linda.

Durante dos años estudié con ella, y fueron años en los que todo era el competir por un veinte. Eso realmente me hacía feliz ya que ganara o perdiera siempre podía contar con ver su sonrisa. En ese entonces no había nada más lindo que verla sonreír y sí que reía mucho, sobre todo cuando ganaba. Pero pasó que un día no la volví a ver más; lo último que recordaba de ella fue que finalizado el segundo año se fue sin despedirse llevando consigo algo más que un cuaderno viejo y mal caligrafiado, que en ese entonces prometió devolver al año siguiente cuando ya no la volví a ver.

El cuaderno llego meses después a mis manos con un recuerdo, su número y un saludo, de manos de no recuerdo quien realmente. Intenté llamarla un par de veces pero nunca contestó, siempre atendía la llamada un señor de voz gruesa que en ese entonces supuse era su padre. Fueron sólo dos las veces que intenté llamarla, fueron sólo dos las veces que la llamé y no hablé, y como no contestó me vi obligado a olvidarla. Pasaron más de cuatro o cinco años para que la vuelva a ver, a partir de esa fecha la veía de vez en cuando, aunque siempre de muy lejos, y así fue como llegué a olvidar su voz, pero no su rostro ni su nombre, menos su sonrisa, pero de seguro tal vez ella ya se había olvidado por completo de mí.

Sin querer, trece años después la he vuelto a ver de repente, he hablado con ella y resulta que si me recordaba; a pesar del tiempo, los nuevos amigos y los caminos diferentes. Ella está tan linda o más de lo que recordaba.  Ya no es más una niña pero sigue conservando aquella sonrisa cálida, la mirada inocente y los ojos grandes hermosos y tiernos.

Hoy por la tarde un “loco” le ha pedido que lo acompañe al baile; la esperó fuera del baño y se puso rojo al decirle que quería que sea su pareja, que había escrito algo lindo para ella y que esperaría unos días por su respuesta, que quería que lo piense, que no lo mal interprete, pero que sobre todo no se sienta presionada. Cuando ella me contó esto, le pedí de favor y por su propio bienestar que no aceptara bajo ninguna circunstancia; que le diga a ese “loco” que otro loco ya se lo había pedido primero y por tratarse de un loco conocido ya había aceptado.

Nadie había dicho que debíamos de llegar con una pareja al baile. De ser así ya se lo hubiera pedido pues no había nadie más con quien quisiese ir, aunque no sé si de verdad ella querría ir conmigo o simplemente fue la respuesta más rápida para deshacerse de aquel “loco” que se había enamorado de ella.

Diego A.

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