Había llegado la hora de
acercarme al estrado y pronunciar el discurso que había escrito esa madrugada y
que transcribí del móvil a una hoja en blanco minutos antes de ser anunciado. Era
la primera vez que me paraba al frente de ese escenario sintiendo todas las
miradas sobre mí. Muchos no me conocían y habían muchos a los que yo tampoco había llegado a conocer. Pero con todos, incluso con los desconocidos; tenía algo en común y esa
tarde simplemente quería que lo supieran.
No tenía miedo, pero si la voz
quebrada y el corazón acelerado. Hice un breve silencio mientras acomodaba el
micro, los miré fijamente a todos y comencé a decir:
“Estimados compañeros, vengo esta tarde a hablarles de un proceso y de
algo que tuvo su inicio hace no mucho tiempo.
Han pasado 4 meses desde aquel momento.
Fue hace 4 meses que cambiamos por completo el rumbo de nuestras vidas; dejamos
lejos a la familia, a los amigos y los antiguos trabajos a los que tuvimos que
renunciar para involucrarnos plenamente en este proceso llamado “DYPO”.
Ingresar al “DYPO”, era para todos nosotros una gran
oportunidad. Era la oportunidad de poder
ser parte de algo trascendente, de aprender a servir correctamente a nuestro
país, de adquirir las herramientas necesarias que nos permitirían involucrarnos
día a día en esa batalla contra la informalidad, la evasión y el atraso que
frenan continuamente el crecimiento y desarrollo de nuestro país.
La primera vez que vi mi nombre en el cuadro de ingreso, el corazón se
me disparó a mil y estoy seguro que muchos experimentamos lo mismo. Estábamos
llenos de ilusión, emocionados, contentos por haber conseguido una vacante para
participar en este proceso, que sabíamos de antemano no iba a hacer nada fácil.
Y ciertamente no lo fue.
Dicen que las lecciones más gratificantes, aquellas que nunca olvidas,
son las que más te han costado aprender, son aquellas donde eventualmente te
has caído, sentiste el suelo, has llorado, pero tan bien has reído y has
crecido. Y en nuestro camino hubo un poco de todo esto, muchos tuvimos tropiezos,
pero no nos dejamos amedrentar, avanzamos a paso firme, con fe en Dios, en
nuestro talento, en nuestra formación y en las matemáticas que nunca fallan, excepto
para nuestra selección peruana en lo referente a ir a un mundial.
Y así fue que aprendimos bastante, y conocimos a gente valiosa de todos
los rincones del Perú, gente de la que hoy nos separamos culminando una etapa
que estoy seguro guardaremos por siempre en nuestras mentes y corazones.
De seguro en algún momento nos encontraremos y tengo la plena
convicción de que para entonces al igual que ahora nos sentiremos orgullosos de
habernos conocido, de haber tomado esta decisión, de haber estudiado juntos y
de poder hacer ahora algo realmente provechoso por el bien de nuestra nación.
Quiero terminar reiterando mi agradecimiento al "INDYPO" por ese
voto de confianza depositado en nosotros, por habernos instruido, por habernos
abierto sus puertas, por permitir que conozcamos a sus grandes profesionales y
sobre todo por compartir con nosotros esa visión que con esfuerzo hará más
grande a nuestro país.
Muchas Gracias.”
Así terminó el discurso, con ese último agradecimiento. Escuché las palmas de los asistentes y a mi corazón volver poco a poco a su ritmo normal. El discurso fue bueno; sé que a unos les gustó y otros simplemente pensaron: que no me conocían, que votarían por su amigo, que tartamudee un poco, que me falto seguridad, que confundí una u otra línea y que había alguien que ya lo había hecho mejor. Y no gané, de hecho nunca pretendí hacerlo, tan sólo quería alzar mi voz, dar batalla, que uno u otro me oiga y que sobretodo tú te sintieras si era posible; algo orgullosa de mí.
Diego A.