miércoles, febrero 03, 2010

El adios de Macaew

Tengo los ojos rojos, ¡No lo ves! – Macaew, le ha respondido a Zaith lleno de furia, mientras se frota compulsivamente los ojos intentando fingir un picor intenso, que tiene por verdadero fin el disimular las pesadas lágrimas que empiezan a caer por su mejilla. De repente ha empezado a correr con todas sus fuerzas, corre fuerte, tanto que la arena le pega en rostro con la fuerza de un azote dado en la espalda, pero sigue de frente con la arena adherida a la cara y al cuerpo surcando caminos que no conoce, caminos que dan miedo y perdiéndose entre las calles laberínticas de aquella ciudad tan polvorienta y desolada que era la suya.

La ciudad no tiene nombre, sólo laberintos y gente, de la cuales, a muchas de ellas tan sólo les importa su propio nombre, y arremeten en indiferencia en contra del forastero o citadino de nombre ajeno.

Zaith se ha quedado de pie viendo partir a un hombre desecho, que no es más que la sombra de su ayer, ahora abandonado a un trágico destino. - No soy capaz de precisar si ella lo ama, tan solo conozco la parte de la historia en la que se dice que ella le pidió que se marchara - .

No le quedan más fuerzas ha corrido tanto que se le han ampollado los pies y el rostro a causa de la violencia del azote del viento y la arena. Y se ha dejado caer en medio de la nada frente a un muro gris, con un sinnúmero de garabatos vomitados o escupidos por los habitantes de la ciudad sin nombre, que se deleitan vomitando y escupiendo sus despojos e infelicidades sobre aquel pobre y triste muro gris.

Zaith da unos pasos hacia atrás y se ha refugiado en lo que vendría a ser su casa, la reconoce a base de puro esfuerzo mental, por su puerta recién pintada de negro se diferencia de las otras que lucen pardas y moribundas, pues como dije; no hay calles, ni nombres, ni letras, ni números que las diferencien a unas de otras en esta ciudad. En casa ella tiene lo necesario, a pesar de que no es todo lo que quisiera; tiene una techo donde dormir, un lugar donde comer, alguien a quien querer, y un conjunto de peleas que nunca acaban y que se suceden unas tras otras emulando un ciclo inagotable, e insufrible, que sin embargo ella ha aceptado voluntariamente seguir sufriendo; Zaith ha decidido seguir las creencias de los habitantes de la ciudad sin nombre; quienes dicen, por solo mencionar unas cuantas de las cosas que dicen; que Macaew es un insensato y falto de cordura que no le hará más que sufrir. Lo cierto es que conociendo el otro lado de la historia se de antemano, que no hay nada más alejado a la verdad, que estas y otras falsedades cernidas en su cabeza. Pero ella ha decidido escucharlos, siguió las voces que no venían de su corazón, porque los habitantes del pueblo sin nombre eran sabios, al menos así se lo hicieron creer. Sin embargo estas voces sólo tenían en su interior un espacio hueco y vacío que lleno de dolor, amargura, recuerdos tristes y menciones a hechos lamentables y fácilmente repetibles. Estas voces decían nunca haberse equivocado, y eran las encargadas de juzgar y destruir a todo aquel que se atreviera a equivocarse, por muy leve que fuera la falta. Porque el error no estaba permitido. Fue así como Macaew acabo corriendo con los ojos irritados y la piel llena de llagas.

Macaew sigue tirado en el suelo, la mirada fija al cielo, como esperando la pedrada final que ha de venir después de lo que había pasado. Pero no sucede nada. Mira el cielo que no es completamente obscuro, ni claro, sino completamente indescifrable, tal y como a él le gustaba verlo, en contraposición a la gente del pueblo sin nombre, que se deleitaba con las caminatas bajo un cielo claro riéndose unos de otros, pero con el alma más podrida y turbia que el cielo negro que le gustaba apreciar a Macaew.

Ella se ha sentado en el podio, y la reprimenda ha sido la misma Zaith; llora con los ojos cansados por las mismas palabras hirientes, pero no por eso menos ofensivas y con las mismas lágrimas ya derramadas en más de una vez. Y se va a dormir llorando pensando en muchas cosas y tal vez tan bien un poco en el joven llamado Macaew, del cual debe separarse por no permitírsele a ella, ni a él un segundo error.

Lo han levantado unas manos, Macaew se había quedado dormido viendo aquel cielo incomprensible que tanto le gustaba mientras recordaba una y otra vez lo mucho que amaba a Zaith. Las manos lo asen cada vez con más fuerza, y lo que parecía un acto de buena fe, se torna un acto violento y sin razón que lo lleva contra el muro gris. Donde es golpeado una y otra vez, pero parece no importarle; está como ido, con la cabeza vuelta hacía el recuerdo de su Zaith. Cierra fuertemente el puño derecho, pero no para arremeter contra sus agresores, sino para evitar que algo que allí lleva se le escape de entre las manos. Mientras tanto es golpeado, los desconocidos le revisan las túnicas, que a fuerza de incomprensión habían logrado ya romper casi en su totalidad. Pero no han encontrado nada. Es entonces, que se percatan de aquel puño que trae cerrado, Macaew se desespera y empieza a dar lucha. Intenta zafarse como puede, pero no lo consigue, debe tener algo valioso piensan los ladrones, por eso ahora lucha, así que intentan a fuerza hacerle abrirle la mano como pueden pero no lo logran, Macaew está decidido a no dejar escapar por nada del mundo aquello que llevaba en su mano, aún sabiendo que tenía las de perder, estaba decidido a no perder esta última lucha, custodiaría con su vida aquello que verdaderamente consideraba importante. La impotencia ciega a los que le agreden, que deciden ponerle fin a su vida. Y así sin compasión incrustan sus armas al unísono en su pecho, y Macaew cae casi al instante mientras le borbotea algo de sangre por la boca, la que escupe contento mientras cierra sus ojos y lleva ese puño cerrado hacia el pecho. Dejando así al descubierto un retrato de Zaith, y el recuerdo del último beso que le dio poco antes de que se separaran para siempre.

Diego A.

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