domingo, mayo 30, 2010

MÉNDEZ, el profesor de arte

Méndez era el profesor de arte. Tenía cinco años o quizá más, enseñando en aulas. Sus colegas no hablaban de él, no porque no haya destacado entre los profesores ni mucho menos porque haya sido un mal docente, sino que su presencia era totalmente desapercibida.
Hablar de Méndez y describirlo sí que fue un trabajo arduo ya que domicilio fijo no tenía, familia inubicable y amigos quién sabe. Hubo tan sólo un alumno cuya información fue valiosa para escribir sobre éste olvidado maestro.
Físicamente no fue un hombre apuesto, es por eso que no despertaba algún interés en las mujeres. Fue de complexión enjuta, nariz aguileña y con una joroba inmensa, que espantaba a cualquier señorita dispuesta a saludarlo.
Estudió Arte; no por el placer de descubrir lo maravilloso de la pintura, la música o escultura, sino por imposición, no sé si de sus padres o de su tutor. Era un hombre de una suerte desdichada. El día del maestro nadie lo saludó y encima le hicieron una pésima broma sus alumnos.
Cuando entró en aulas por primera vez su voz era tan magra que ni un tísico hubiera sido capaz de escucharlo. No hablaba bien, entrecruzaba las palabras y cuando pretendía escribir en la pizarra lo hacía con errores ortográficos, eso despertaba en los alumnos risotadas que llegaban hasta oídos del Director, pero éste tan o más mediocre que él, dejaba sin resolución esas quejas.
El día que había exámenes tan poca autoridad demostró tener, que sus alumnos solían salir de su clase e iban a la siguiente aula a sacar la copia de algún amigo y regresaban a seguir resolviendo. Pobre hombre. Fue un profesor mediocre, sí, como esos que abundan por la sociedad… los alumnos lo negaban y eso se percibió a la salida del colegio, cuando se escuchó decir a alguien y a ti quién te enseña Educa. Física.
– Ah a mí me enseña Benítez.
Ah que buen profesor, a mi me enseñó el año pasado.
Y el de Literatura… a qué lástima a mi ya no me enseña.
- Alguien preguntó y del de Arte… el silenció enlutó la conversación.
-No sé, dijo uno. Es un idiota. No recuerdo su nombre, ni tampoco quiero memorizarlo….
Nunca se escuchó palabra encomiable hacía él, ni en las actuaciones ni en reunión de profesores. Tan mal docente fue, que no dejó huella alguna en sus alumnos a no ser su mano pesada que una vez sentí no bien se dio cuenta que le había puesto plastilina en el pantalón. Creo que después de mí, nadie sintió su llegada ni mucho menos su partida.

El Centinela.

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