De pronto escucha un ruido tan fuerte que le hace sentir
como si los tímpanos se le reventaran; todo se torna silencio, silencio y
más silencio. El estrépito último ha callado toda intención de ruido a su
alrededor, ahora no oye absolutamente nada, a sus ojos se le van
esfumando los colores de la vida y son remplazados por un color oscuro
que no es negro ni tampoco gris, a la par
que siente como sus otros sentidos van debilitándose
lentamente y poco a poco.
Sabe que ha muerto, o al menos que si aún no lo ha hecho, está
haciéndolo lentamente y a plenitud de sus facultades mentales. Sin embargo no
se lamenta este hecho y en las milésimas de segundo que aún le quedan de
vida, que en realidad le parecen eternas, piensa en todo aquello que a partir
de ahora deja atrás; no se lamenta nada de lo que hizo, y a pesar de saber que
ha fallado, se alegra de saberse muerto en su ley, tirado en alguna calle
baleado por algún desconocido al que él debió de balear primero.
Sabe que esta es su despedida, y no se lamenta de que no haya
nadie cerca para escucharle o recoger su cadáver en cuanto este caiga empapado
de sangre sobre la acera. Se despide del mundo en silencio paradójicamente
sintiéndose vivo por primera vez en mucho tiempo, meditando un adiós inefable
al mundo, a la cotidianeidad, a los vivos y sus malas costumbres y sobre todo a
los recuerdos nada gratos que cargaba consigo. Ahora ya nada importa; los
mensajes de texto, las llamadas por celular, los encuentros furtivos en un
hotel de quinta con alguna desconocida, o más bien con una poco conocida. De
pronto todo se nubla, el color oscuro que no es gris se vuelve negro y alcanza
a ver una hilera de luz que se cuela por en medio de sus ojos bien abiertos,
sabe que es la luz del final, esa luz de la que muchas veces oyó hablar y la
que nunca creyó que existiese. Lo sabe, porque se lo dijeron. Que una vez
llegado allí; lo olvidaría todo, inclusive que su vida tal vez nunca llego a
tener un verdadero significado.
De pronto se sobresalta, pierde por completo de vista la luz,
siente que todo le da vueltas y un rictus extraño se le dibuja en el rostro,
producto de un amargo sabor que le invade la boca; y que se le hace como si
fuera una extraña mezcla de hiel y mierda derretida a propósito. Abre grande
los ojos y se topa con la pared despintada de la habitación y esta le resulta
más aterradora que la oscuridad absoluta o que aquella antigua casa hecha de
cartones al borde de la cequia en medio de inyectables, drogadictos y
deposiciones. Lanza un escupitajo fuerte hacia el suelo con ganas de
perforarlo, con ganas de mandar a todos al mismísimo carajo pues no está en el
cielo, tampoco en el infierno; se halla en la habitación de la pensión VIVO,
con una resaca de los mil demonios y con deseos de meterse otro cuarto de coca
por las narices. Se frota los ojos para despertarse por completo, mientras
tanto por dentro se siente un desdichado por no haberse muerto como muchos
esperaban. Así que tomó el arma que dejó bajo la almohada sin notar el extraño
olor a pólvora en el ambiente, sin notar que esta se había detonado
accidentalmente, sin notar que ya no tenía balas y sin notar que de la oreja
izquierda le corría sangre.
Seguía aún ebrio y drogado cuando salió de casa con un
arma descargada enfundada a la cintura, dispuesto a volarle los
sesos a alguien y luego morirse.
Diego A.